lunes, 8 de agosto de 2011

Ahora

         Ese día Josep Timoneda Martinez la pasó bastante mal. Fue una de esas fechas en las que uno quiere abandonar todo, estaba decepcionado y no tenía ninguna (o no permitía que ninguna) persona le extienda una mano, un beso, un abrazo o una sonrisa.
         Por momentos deseo fervientemente dejar de existir (no morirse, sino dejar de existir).  Borrar las marcas que dejó en cada persona: borrar sus memorias, borrar sus metas, borrarse. ¿Qué mejor que desaparecer del mundo? Él se borraba, si, pero consigo iba a desechar problemas, miedos y todos esos sentimientos que desean ser un animal más, en vez de un ser consciente.
        Y entonces llegó. Llego esa pregunta que siempre cambia cualquier perspectiva humilde y racional para con la sociedad: ¿Por qué yo precisamente tengo la culpa de todo lo que me pasa?
        Y el peso de la pregunta fue tan fuerte, que Josep cayó. Cayó y se hundió en un abismo rojo sin fin, en el cual hasta el hombre más razonable, racional, paciente, cede. 
        Josep cayó en la ira.
         Su mente se nubló, su autoestima subió tan rápido como sube un chico las escaleras para buscar regalos dejados por Papá Noel en la planta alta. Y sus objetivos fueron claros: él no tiene la culpa, no. 
        Los otros tienen la culpa. 
        Insultos, blasfemias, en fin: ira desparramada para cada ser existente en cualquier universo paralelo que pueda existir. Josep estaba muy enojado: maldijo a sus amigos, a sus padres, a cualquier conocido, a su barrio, a su ciudad, al capitalismo, al cristianismo, a todas y cada una de las estructuras que van a componer el entramado de cualquier sociedad.
        Y entonces su deseo cambió totalmente, ya no quería dejar de existir, quería que los otros dejen de existir. Quería otros amigos, otros padres, otros conocidos, otro barrio, otra ciudad, otro sistema económico, otra religión. Básicamente, otra vida.
        Algunos creen en la ley de atracción, otros en los milagros. Josep no sabía en que creer, si era un sueño o si estaba loco, pero no le importaba ahora. 
        En frente suyo apareció un espejo. Se podía divisar a través de el, otro mundo, otro él.
        Ni siquiera pudo detenerse a observar sus propios ojos llenos de ira, sin pensarlo y guiado por su instinto, atravesó el espejo.
        Tenía en frente suyo otra vida, arriba era abajo, derecha era izquierda, lo blanco era negro, lo rojo era azul, lo celeste era marrón. Los rascacielos eran de tamaño diminuto y las pequeñas tiendas gigantes, las avenidas eran estrechas, los parques tenían escombros y los edificios estaban lleno de flores. Su amigo el chistoso era un deprimido, su amiga la puta era monja, su padre el trabajador, del que salían frases como: "A tu edad yo era * inserte logro descomunal*" y que vivía como proletariado salido de una obra de Marx, dormía todo el día. Su madre la conservadora de la que salían frases como: "En mí época los chicos no eran *inserte adjetivo calificativo denigrador de la humanidad*",  tenía el pelo de colores que nadie se imagina y charlaba de poligamia con su amigo homosexual. Los perros maullaban, los gatos croaban y las ranas volaban. Las hienas lloraban, las jirafas tosían y los perezosos estaban despiertos 25 horas . En Europa se gesticulaba, en África había altos porcentajes de obesidad, Oceanía era la capital del mundo, America era gris y aburrida y era un chiste común decir que de la mitad para abajo, uno era asiático. Ah los líderes de los polos se reunían para repartirse el mundo y debatir sobre quién descubrió primero Europa o Asia.
       Los ricos envidiaban a los pobres y los pobres tenían que asegurarse de que no pase un rico en moto a robarles. En Argentina se miraban muchos programa culturales, uachiturré era una banda sinfónica, las historietas de los diarios daban gracia. Hijos pedían a padres que le ceben un matecito, la Argentina era una nación unitaria en la que Bs As tenía la misma importancia que Chaco.
      Frente a sus ojos Josep Timoneda tenía una sociedad totalmente contraria a la que conocía, mientras pasaba un limosnero regalando oro, Josep sonreía. Esto era lo que quería.
      Como era predecible, a los 20 segundos, Josep lloraba y rogaba volver a su sociedad.     Saltaremos la parte en que lo arrestan por loco, encuentra un inodoro que lo lleva a Narnia para luego ser el mago sin nariz de la profecía que debe eliminar al ñoño de anteojos para poder volver a su hogar acompañado por siete gigantes y la fea que nunca duerme de lo fea que es.
     Josep había regresado a su hogar cuando de repente se dio cuenta de la trampa y maldijo a todos los que lo ayudaron, porque nunca había vuelto a su antigua sociedad. 
     Josep no se habría dado cuenta de que en su propia sociedad, lo arriba también es abajo, lo derecho es izquierdo y lo blanco es negro, sino fuera por el espejo que apareció en frente suyo. Se miró al espejo y cayó en una ecuación matemática de tanta magnitud como la de la relatividad.
       En su mundo también había todo lo que hay en el mundo del revés, lo contrario a lo contrario es lo mismo. Comenzaba a marearse cuando llegaba a estas y el espejo mostraba exactamente lo mismo en cualquiera de los universos paralelos en los que había estado.
        Entonces todo se puso blanco y llegó a una nueva resolución. 
       Todos tenemos la culpa
       En otro universo paralelo, un chico se despierta, se enoja porque es feriado y no puede asistir a su clase de canto y tras varios intentos de prender el calefón se baña. Al termina de bañarse se mira al espejo y se da cuenta de que esta creciendo, se sienta enfrente de su computadora y escribe, no sabe para que escibe, pero escribe. Y no tiene una sonrisa en su rostro, pero se siente vivo.

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